
Por: Laura Méndez, especialista en seguridad digital y tecnología financiera
Imagina que un banco internacional pierde el acceso a millones de cuentas por un ciberataque, o que una aplicación de pagos móviles sufre una filtración masiva de datos personales en plena expansión global. En 2025, estos escenarios ya no son solo material de películas o noticias sensacionalistas. Son riesgos reales que los actores financieros enfrentan a diario.
La digitalización acelerada, si bien ha traído innumerables beneficios al sector financiero, también ha ampliado la superficie de exposición a amenazas cibernéticas. En paralelo, los marcos regulatorios, cada vez más exigentes y globales, buscan mantenerse al ritmo de estos avances. El resultado: un tenso pero necesario equilibrio entre innovación tecnológica y protección regulatoria.
Este artículo se sumerge en ese juego de fuerzas: cómo las instituciones están reforzando su seguridad digital, qué papel juegan los reguladores, y por qué 2025 puede ser un año decisivo para definir las reglas del juego financiero del futuro.
La ciberseguridad ya no es una opción: es una necesidad crítica
Hasta hace no mucho, muchas empresas veían la ciberseguridad como un departamento más dentro del área de sistemas. Hoy, en cambio, está al centro de la estrategia. Las instituciones financieras saben que un solo fallo puede costarles no solo millones de dólares, sino también la confianza de sus clientes.
El nuevo tipo de amenazas
Las amenazas de hoy no se parecen a las de hace cinco años. Los ataques de phishing se han vuelto más sofisticados, los fraudes de identidad usan inteligencia artificial para imitar voces y rostros, y los grupos de ransomware ya no se limitan a pedir rescates: chantajean públicamente a empresas para dañar su reputación.
Además, el crecimiento del modelo de banca abierta (Open Banking) y la interoperabilidad de plataformas significa que una brecha en una app pequeña puede afectar a todo un ecosistema financiero. Esta interconexión ha convertido a las redes de servicios financieros en un objetivo muy atractivo para los ciberdelincuentes.
El rol de la ciberdefensa activa
En 2025, las entidades más avanzadas no solo se defienden: contraatacan. Usan lo que se conoce como ciberinteligencia proactiva. Esto incluye monitorear la dark web en busca de datos robados, usar IA para detectar patrones anómalos antes de que se conviertan en ataques, y colaborar con agencias gubernamentales e internacionales para anticipar amenazas.
Los departamentos de ciberseguridad ya no están aislados del negocio. De hecho, muchos reportan directamente al CEO o forman parte del directorio. Porque cuando se trata de proteger los activos digitales, ya no hay margen para errores.
Regulación: de barrera a aliado estratégico
Con el aumento de amenazas, también ha crecido el papel de los reguladores. Y aunque en el pasado eran vistos por muchos como frenos a la innovación, en 2025 su papel es mucho más complejo, e incluso colaborativo.
Más allá del cumplimiento
Las regulaciones ya no se limitan a exigir informes anuales o auditorías ocasionales. Hoy, muchas exigen resiliencia operacional continua. Es decir, que una entidad financiera debe poder seguir operando incluso durante un ataque.
Un buen ejemplo es el DORA (Reglamento de Resiliencia Operativa Digital) de la Unión Europea, que establece que bancos y fintechs deben demostrar que pueden resistir, responder y recuperarse de interrupciones digitales graves. No es solo cuestión de prevenir, sino de garantizar continuidad.
En Latinoamérica, países como México, Brasil y Colombia han adoptado regulaciones inspiradas en estos estándares, exigiendo a las instituciones reportar incidentes cibernéticos en tiempo real y contar con pruebas periódicas de vulnerabilidad.
El reto de regular sin sofocar
Sin embargo, hay una línea muy fina entre proteger y asfixiar. Las startups financieras, especialmente las más pequeñas, se enfrentan a desafíos para cumplir con regulaciones tan exigentes como las de un banco tradicional.
Aquí entra el concepto de regulación proporcional: adaptar los requisitos según el tamaño y el riesgo de cada actor. Algunas jurisdicciones están experimentando con «regulatory sandboxes» o entornos de prueba controlados donde las fintechs pueden innovar bajo supervisión, sin estar sujetas desde el inicio a toda la carga normativa.
IA, privacidad y el futuro del consentimiento
Uno de los grandes dilemas de 2025 es cómo proteger la privacidad en un entorno dominado por la inteligencia artificial. Los algoritmos necesitan datos. Muchos datos. Pero los usuarios cada vez exigen más control sobre su información personal.
¿Es posible el consentimiento real?
La mayoría de los usuarios aceptan términos y condiciones sin leer. Esto es un problema, porque implica que en muchos casos el consentimiento es formal pero no informado. En respuesta, algunas regulaciones están comenzando a exigir que el consentimiento sea granular, explícito y renovable.
Esto significa que una app financiera ya no puede pedir acceso ilimitado a tus datos por tiempo indefinido. Debe especificar para qué los usará, durante cuánto tiempo y permitir que puedas revocar ese permiso en cualquier momento.
El derecho al olvido y la portabilidad de datos
Otra tendencia que crece es el derecho al olvido digital. Es decir, la posibilidad de que un usuario solicite que se eliminen sus datos del sistema, siempre que no existan obligaciones legales que lo impidan. Además, las leyes de portabilidad de datos están permitiendo que una persona se lleve su historial financiero de un banco a otro sin perder información.
Estos avances buscan equilibrar el poder entre las grandes entidades que manejan datos y los usuarios que, por fin, empiezan a recuperar el control sobre su identidad digital.
Colaboración internacional: porque el cibercrimen no tiene fronteras
Los ciberataques no respetan geografías ni husos horarios. Por eso, una de las claves en 2025 es la colaboración internacional. Los países están compartiendo más información que nunca, y eso está ayudando a prevenir ataques en tiempo real.
Organismos como el GAFI, el Foro Económico Mundial y agencias como Europol están trabajando juntos con bancos centrales y grupos privados para crear alertas tempranas, listas negras de actores maliciosos y marcos de respuesta coordinada ante incidentes.
Incluso se está hablando de crear una especie de “Interpol financiera digital”, un organismo global encargado exclusivamente de perseguir delitos cibernéticos en el sector financiero.
Conclusión: más que tecnología, cultura
En definitiva, la batalla por la ciberseguridad en 2025 no se gana solo con firewalls, inteligencia artificial o leyes más estrictas. Se gana creando una cultura organizacional de seguridad, donde cada empleado, cliente y proveedor entienda que proteger la información es una responsabilidad compartida.
Y esa cultura no nace sola. Se construye. Con formación continua, con transparencia ante los incidentes y, sobre todo, con una visión a largo plazo. Porque, al final del día, en un mundo donde el dinero es digital y las amenazas invisibles, la confianza es el activo más valioso que una institución financiera puede tener.